La sola mención del apellido evoca travesías, expediciones, ardua conquista de cumbres y rutas inexploradas, porfiada vocación por la naturaleza y la solitaria majestuosidad de las altas nieves. Se diría que en el germano corazón de los Claussen palpita indómita la montaña chilena.

Kurt Claussen y Ulrich Lorber

Los hermanos Claussen.
De izquierda: Erich, Erika, Elisabeth, Hilde y Kurt.

Legendario andinista del Cub Alemán de Excursionismo de Valparaíso, del que ha sido reiteradamente elegido presidente, Kurt Claussen Sparenberg (74) se ha dedicado al montañismo desde que tenía 10 años, cuando de la mano de su padre, también timonel de la institución en la primera mitad del siglo 20, excursionaba por el agreste palmar de El Salto, que mucho tiempo después terminaría atravesado por una carretera. Don Otto, el padre, había nacido en Eisenach, en el exuberante paisaje de los boques de Turingia, y la crítica situación que se vivía en Alemania en las primeras décadas de la centuria pasada lo impulsó a embarcarse en uno de los enormes veleros que cubrían la ruta entre Europa e Iquique, la capital del oro blanco.

Setenta días duró el viaje hasta la pampa salitrera, tan distinta al horizonte verde de su infancia. Llegó en 1914, halló rápidamente trabajo en el Banco Alemán y el estallido de la Primera Guerra Mundial lo sorprendió en pleno desierto de Atacama. Se quedó en Chile. Aquí se enamoró de María Domitila Sparenberg, una joven viuda y madre de dos niñas, hija de un destacado industrial nortino, con quien contrajo matrimonio. El jefe de hogar fue trasladado a un nuevo cargo en Valparaíso y viajó a la zona central junto a su esposa y las niñas Hilde y Erika. La familia se instaló en la población Vergara de Viña del Mar y se incrementó en los años siguientes con la llegada de Erich, Elisabeth y Kurt. Pronto adquirió una espaciosa casa en la calle Baquedano 305 de Recreo, entonces un apacible barrio con espléndida vista al mar donde los niños, que se educaron en el Colegio Alemán del cerro Concepción, podían jugar y pasear por las calles en bicicleta sin correr riesgo alguno. Amante de la naturaleza y el excursionismo, Otto ya se había percatado de los cerros y parajes que podría recorrer en esta zona y no tardó en inscribirse en el Club Alemán de Excursionismo, que desde 1909 canalizaba el proverbial espíritu deportivo de la colectividad germana hacia la práctica del montañismo. Su entusiasmo no pasó desapercibido, ya que incorporó en las excursiones a toda su familia y fue un inagotable impulsor de las más diversas actividades al aire libre. No por causalidad fue elegido presidente de la institución entre 1938 y 1946. Mientras tanto, sus hijos crecían en la misma filosofía. Erich se convirtió en piloto de la Fuerza Aérea, Elisabeth contrajo matrimonio también con un aviador y Kurt se tituló de profesor de Educación Física en la Universidad de Chile y de kinesiólogo en Alemania.

Monte Arenales (Patagonia)

EL HIMALAYA PATAGÓNICO En su época universitaria Kurt ya destacaba como deportista y se había coronado campeón nacional de esquí de fondo. Buenmozo, inteligente y dedicado con pasión al montañismo, poco se percataba de los suspiros femeninos que concitaba su presencia. Vivía mirando hacia las cumbres. El mismo año en que obtuvo el título, 1958, se embarcó en una ardua y ambiciosa iniciativa. La expedición japonesa-chilena que en un lapso de 70 días escaló el monte Arenales en el Campo de Hielo Norte, «Vencido el Himalaya chileno» tituló la prensa de la época tras la conquista de la cumbre. Y a su regreso de la montaña, los valerosos deportistas fueron distinguidos con una medalla por el entonces Presidente Carlos Ibáñez, acontecimiento que «El Mercurio» publicó en portada. El andinista rememora con gracia el anecdotario de la expedición. Primero se vació un lago cercano a su ruta -como ocurrió con el Cachet 2 de Aysén hace poco- y en lugar de realizar la aproximación con animales tuvieron que ingeniarse un bote y acarrear sus propios bultos. Segundo, el intempestivo avance del caudal y su posterior retirada dejó una enorme plaga de mosquitos que atacó sin piedad a los sufridos expedicionarios. Tercero, a los japoneses, cuyo jefe deportivo era Masataka Tagaki, se les acabaron los cigarrillos, cosa que les resultó sencillamente insoportable. Pero Erich, el hermano aviador de Kurt, estaba destinado en la zona austral y la expedición logró hacerle saber que necesitaba repelente y tabaco. Así fue como un día los andinistas oyeron un reconfortante ruido de motores y vieron caer desde el cielo un pequeño paracaídas con las vituallas. Erich no desaprovechó la ocasión: también les mandó whisky. Una noche, en pleno Campo de Hielo, chilenos y japoneses vieron un extraño punto luminoso que se movía en el firmamento y no dieron con la explicación precisa. «Al regreso lo supimos», recuerda el actual presidente del Club Alemán de Excursionismo. «Era el rastro del Sputnik».

BECA, MATRIMONIO Y MÁS Hacia el final de sus estudios superiores, Kurt pololeaba con Rosemarie Steuer, estudiante de kinesiología en la Universidad de Chile. Él se tituló y ganó una beca para especializarse en la Escuela Superior de Educación Física de Colonia. No sin dificultades, lograron permiso familiar para irse juntos -«juntos, pero a la antigua»- al país de sus ancestros. Allá ella también obtuvo una beca de dos años y se casaron en abril de 1962. A su regreso a Chile, la pareja traía consigo a su primer hijo, Hartmut, hoy ingeniero en minas. Durante un año la familia permaneció en Santiago, pero decidió trasladarse a Quilpué, donde Kurt -ahora con un segundo título de kinesiólogo- trabajó en el Colegio Alemán que dirigía el recordado profesor, botánico y gran caminante, Otto Zöllner. Los Claussen Steuer también fueron aumentando con la llegada de Inge, Sven y cinco años después, de Helga, quienes al igual que su hermano mayor se educaron en ese establecimiento y son respectivamente profesora, veterinario y diseñadora de vestuario. Tal como hizo su padre, Kurt alentó en sus hijos el amor por los deportes de montaña. Todos saben esquiar y son excursionistas, ya que además crecieron viendo los logros deportivos de su progenitor, quien no sólo venció «el Himalaya patagónico», sino además el Aconcagua y participó en una segunda expedición japonesa chilena, esta vez al Marmolejo en el Cajón del Maipo, donde el grupo concretó la primera ascensión a una cumbre que bautizó como Cerro Kobe en homenaje a la universidad nipona organizadora de la travesía.

Cerro Marmolejo

CERRO TIBURCIO PADILLA Otro momento «top» en su carrera fue la ascensión al Ojos del Salado en la Región de Atacama, empresa que acometió en dos oportunidades. La más difícil fue en 1973, pero no por problemas deportivos, sino logísticos. Arreciaba el desabastecimiento y los expedicionarios tuvieron que llegar a Copiapó a ponerse en la cola para comprar alimentos y otros artículos de primera necesidad sin los cuales no podían desafiar a la montaña. Dormían en saco para conservar sus puestos en la fila, que comenzaba a moverse tipo siete de la mañana. Faltaba de todo, incluida la movilización de acercamiento para el entrenamiento en altura. Pero un pequeño empresario de la zona se entusiasmó con el proyecto y colaboró con los jóvenes Gastón Muga -jefe de la expedición- , Kurt Claussen, Julián Bilbao, Hugo Zúñiga, Arnaldo Gonzalez, Hernán Gómez, Alan Guerrero, Alejandro Pizarro, el botánico Otto Zöllner y el estudiante Jorge Klischies Como muestra de gratitud, el grupo escaló un cinco mil 800 y lo bautizó con el nombre del benefactor. El cerro pasó a llamarse Tiburcio Padilla. APUESTA DE FUTURO Grandes y pequeñas historias de coraje, ascensos y expediciones abundan en la bitácora de los Claussen Steuer, cuyos cuatro hijos les han dado diez nietos de entre 3 y 18 años. La mayor, Francisca Mena, estudiante de Medicina, ya está en las rutas de su abuelo materno, quien desde el año 2000 lleva las riendas del casi centenario club excursionista porteño, en el cual también ha plantado su bandera. Era presidente en los años 60, cuando la institución compró en Río Blanco una pequeña casa de mineros que con el tiempo transformó en refugio de montaña. Y ocupa el mismo cargo ahora, cuando el recinto está en plena remodelación y quedará con capacidad para 16 personas. A sus 74 años, este andinista se mantiene activo y dice que un país de montaña como Chile debe tener profesores de Educación Física con conocimientos en estas disciplinas para desarrollar en los niños el amor por ellas, tanto como por la geografía y las bellezas de su patria. De lo contrario -agrega- las grandes ascensiones quedarán reservadas a personas que pueden invertir en ellas mucho dinero y no habrá tradición de práctica suficiente para prevenir accidentes que cobran vidas de jóvenes inexpertos en la montaña. La experiencia y el conocimiento son necesarios. Por algo lo dice Claussen, que sólo una vez en la vida se ha fracturado un hueso. Fue cuando pintaba el techo de su casa.

Cerro Tronador

La ruta de Hermann Otto Claussen tuvo un hermano, Hermann, que también emigró de Alemania, pero su destino fue Bariloche, en Argentina. Allá hizo la primera ascensión al cerro Tronador. Subió solo y por la parte más difícil, que no tardó en ser bautizada como la Ruta Claussen. El entonces presidente trasandino Hipólito Yrigoyen lo condecoró. Hermann trabajaba para el Estado y hubo una época en que a los funcionarios públicos no les pagaron. Fue a reclamar a Buenos Aires, pero nadie le resolvió el problema. Enojado, se autoexilió en Tierra del Fuego, donde murió. La familia le siguió la pista y hace poco dio con su tumba en un recóndito poblado de la Patagonia. Kurt Claussen siempre quiso conocer a su tío y que le mostrara la medalla. Los Sparenberg de Iquique Por la rama materna, los Claussen descienden de Federico Sparenberg, quien invitado por un amigo llegó de Alemania al norte salitrero en la segunda mitad del siglo 19. Trabajó primero en la pequeña fragua de su conocido hasta que se independizó y montó su propia fundición y maestranza. En ese tiempo la ciudad se vio abatida por una epidemia de viruela y Federico no libró incólume. Fue pacientemente asistido por una dama iquiqueña, Albina Parra, con quien terminó casado. Así vino al mundo María Domitila Sparenberg Parra, madre de los Claussen Sparenberg. Federico fue un destacado vecino y oficial fundador de la Bomba Germania, en cuya historia ocupa un importante rol, pues hacia mediados de 1880 construyó el carro de la compañía: «de cuatro ruedas ligero, elegante y sencillo, el cual podía ser arrastrado por cuatro voluntarios, transportando carbón, agua y otros útiles de acción, capaces de hacer funcionar la Bomba por dos horas consecutivas», según consigna la reseña del Cuerpo de Bomberos nortino. Además, construyó el hermoso muelle fiscal, que es monumento nacional. (fuente El Mercurio)